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El fallo de Hollywood: arancel de Trump al cine extranjero

La industria cinematográfica de Hollywood, históricamente posicionada como epicentro global del entretenimiento, atraviesa un momento de tensión e incertidumbre. A los retos estructurales que arrastra desde hace años se suma una nueva amenaza: el anuncio del presidente Donald Trump sobre la imposición de un arancel del 100% a todas las películas producidas en el extranjero que quieran exhibirse en territorio estadounidense. La medida, bajo el argumento de “proteger el cine nacional”, abre un debate profundo sobre los efectos económicos, culturales y geopolíticos de cerrar fronteras en un mercado global por definición.


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Es fundamental contextualizar esta decisión en una lógica más amplia de proteccionismo económico y retórica nacionalista que ha caracterizado el discurso de Trump, tanto en su presidencia como en su actual campaña política. El presidente sostiene que otros países han utilizado incentivos fiscales y subsidios para atraer a productores estadounidenses a filmar fuera, lo cual ha provocado, según sus datos, una caída de hasta el 40% en la producción nacional en la última década. Su propuesta busca frenar esta “fuga de creatividad” y reindustrializar Hollywood, posicionándola como símbolo de recuperación y soberanía cultural.


Sin embargo, las connotaciones negativas de este movimiento son múltiples. A nivel económico, imponer aranceles al cine extranjero puede generar represalias, como ya ocurrió con China, que respondió bloqueando la entrada de películas de Hollywood a su mercado. La industria estadounidense depende en gran medida de la exportación: muchas superproducciones recuperan la inversión gracias a su éxito internacional. Limitar ese flujo puede ahogar financieramente a los grandes estudios y, peor aún, impactar a productoras medianas e independientes, que dependen de la coproducción internacional y del circuito de festivales para su supervivencia.


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Para la industria global, el arancel significa un obstáculo para la circulación de contenidos en el mayor mercado del mundo. Cineastas europeos, latinoamericanos, asiáticos y africanos que luchan por colocar sus obras en salas estadounidenses enfrentarán ahora costos insostenibles. Esto rompe con una tendencia de apertura y diversidad que, aunque limitada, había ganado espacio en años recientes gracias al interés de audiencias más jóvenes por historias de otras culturas.


El cine no solo es una industria: es también una forma de diálogo entre pueblos. Limitar el acceso a narrativas extranjeras empobrece el panorama cultural interno y refuerza una visión cerrada del mundo. Asimismo, reduce la posibilidad de que el propio cine estadounidense dialogue con otras estéticas, lenguas y temas. Si el cine funciona como una herramienta de reflexión social, lo hace en gran parte gracias a su capacidad de confrontar al espectador con otras realidades. La homogeneización de la oferta audiovisual puede tener consecuencias en la formación de criterio, en la apertura al otro y en la capacidad de construir una ciudadanía crítica.


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Además, restringir el ingreso de cine extranjero contradice una de las bases que hizo grande a Hollywood: su diversidad interna. Hollywood nació como un cruce de culturas, con actores, directores y técnicos venidos de todo el mundo. Cerrarle la puerta a ese flujo no solo es un retroceso comercial, sino también simbólico. Implica redefinir la identidad del cine estadounidense como algo puramente nacional, desconectado del mundo, una visión que difícilmente se sostiene en un contexto donde la tecnología, las audiencias y las narrativas son cada vez más transnacionales.


El arancel propuesto por Trump no solo afecta la economía de la industria cinematográfica, sino que plantea una amenaza más amplia al intercambio cultural, a la diversidad narrativa y al lugar de Estados Unidos como potencia creativa global. Lejos de fortalecer a Hollywood, podría aislarla. El cine, como lenguaje universal, se enriquece en el cruce y no en el muro. Protegerlo no debería significar encerrarlo, sino repensarlo desde una lógica de colaboración, inclusión y modernización. La pregunta que queda en el aire es si la política puede entender esto antes de que sea demasiado tarde.

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